19.11.17

Justicia, venganza


 

Leo con incomodidad tuits de Arran (la organización independentista comunista juvenil catalana) y del responsable de Garantías de Podemos Cataluña festejando la muerte de José Manuel Maza, Fiscal General del Estado desde noviembre de 2016. Maza era un abogado conservador, un hombre muy de derechas y alguien que, como juez, fue responsable de varias decisiones muy poco populares, como la de la negativa a la absolución del Juez Baltasar Garzón en 2012.

Otra resolución de Maza como juez generalmente olvidada por algunos cuya memoria es una amante infiel, fue la negativa a admitir a juicio la querella del pseudosindicato "Manos limpias" contra los dueños de Podemos, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, por financiación ilícita de Irán y Venezuela.

En todo caso, Maza habrá sido alguien con una visión política que algunos podemos considerar repugnante, pero en modo alguno un asesino, un violador, un torturador o un represor de una dictadura.

Es cierto que uno no puede decir "no le deseo la muerte a nadie" porque finalmente, nos describió muy bien el brillante Clarence Darrow, el abogado defensor del juicio Scopes (interpretado por Spencer Tracy en Heredarás el viento):
Todos los seres humanos tienen una emoción de matar; cuando alguien les desagrada fuertemente, involuntariamente desean que estuviera muerto. Yo no he matado nunca a nadie, pero he leído algunas notas necrológicas con gran satisfacción.
Clarence Darrow, a la izquierda, frente a su adversario William Jennings Bryant durante el
"Juicio Scopes" de 1925 en Dayton, Tennessee sobre la enseñanza de la evolución.
Es vergonzoso, quizá, pero cuando uno lee sobre la muerte de un ser humano especialmente repugnante, cruel o inhumano, siente cierta satisfacción. Para los muy religiosos, está la esperanza de que esa persona, sobre todo si logró cierta impunidad para sus atrocidades en vida, enfrente al fin una justicia ineludible: la de una u otra deidad. Para otros, puede ser simplemente dejar salir una exhalación de alivio porque ya no podrá afectar a más víctimas o porque, en todo caso, sus víctimas seguramente sentirán alguna liberación.

Yo traicionaría a la verdad si no admitiera un cierto júbilo ante la muerte de personajes como Gustavo Díaz Ordaz, Augusto Pinochet, Idi Amín y, por supuesto, Francisco Franco, que representaba el fin del exilio para muchos de mis profesores y los padres de mis amigos, y que celebramos en el Centro Republicano Español de la Ciudad de México sin ninguna vergüenza.

Quizás la enormidad de los crímenes de personajes como éstos disculpe un poco, al menos, el regocijo por su desaparición de la faz del planeta. No lo sé y admito que, en estricta posición moral, quizá no haya disculpa.

Pero la distancia entre esos crímenes y las faltas, características o posiciones de alguien como Maza es tan enorme que no hay equiparación posible salvo en las mentes, las visiones, las claras falencias morales de algunos que ocupan puestos incómodamente altos en el panorama político.

Estamos viviendo un claro proceso de radicalización populista y simplificación intencionada. Una especie de reducción del mundo a una estampa bidimensional en alto contraste donde no hay grises, colores, tridimensionalidad ni contexto.

Cuando leemos a algunos veganimalistas exigir que un maltratador de animales (o un científico que usa animales en su experimentación, o un cazador) sea despedido, ostracizado, infamado para toda la vida, torturado, desollado, quemado vivo y luego sus huesos sean malditos en ceremonia pública, la imagen es de un exceso donde se ha perdido toda proporción entre la falta y el castigo, y se ha dado por cancelada toda valoración de la vida humana.

Muchas faltas menores o no especialmente graves son consideradas, por mucha gente (no hay forma de saber cuánta, pero no son pocos dado su impacto en las redes y en los medios), suficientes como para pedir castigos tan enormemente rigurosos que no se imagina uno qué castigos podrían estos mismos grupos proponer para los culpables de atrocidades mucho mayores. ¿Qué castigo merece un violador y torturador en serie si se propone que quien toca indebidamente a una persona una vez sea condenado a tortura y muerte?

Roland Freisler preside el "tribunal del pueblo" en 1944.
Toda proporcionalidad parece haber salido por la ventana entre algunos grupos que se han arrogado la representación en exclusiva de toda moralidad, que dictaminan juicios tan rigurosos que recuerdan al infame juez del Reich, Roland Freisler. Y ni pensar en que un infractor se arrepienta, pida perdón o se rehabilite al reflexionar sobre su conducta pasada. Toda condena es a perpetuidad y sin posibilidad de reinserción. De acuerdo al "Principio de la purísima concepción", el que ha pecado una vez ya es pecador para siempre y debe ser apartado de la buena sociedad sin piedad alguna, exiliado y desterrado como la familia de la película La bruja. Sólo los absolutamente puros son admisibles, y siempre bajo la vigilancia constante de los nuevos guardianes de las esencias no sólo políticas, sino morales y jurídicas.

Y la metáfora no es gratuita, parecemos estar en medio de un renacimiento del puritanismo, si no religioso sí político y social, donde el descubrimiento de toda falta comporta un enorme escándalo (siempre y cuando la cometa el enemigo) y una fingida sorpresa que pretende que los seres humanos no son falibles, imperfectos, que suelen caer en tentaciones por más que se arrepientan después. Que muchos han robado así sea un chicle en su niñez, que han dicho cosas incorrectas, que han actuado de modo tal que se avergüenzan y arrepienten, que los humanos son humanos.

El juicio puritano que expulsa a la familia en La bruja.
Nada de esto se debe interpretar (y ya es triste tener que advertirlo) como un intento de que eludan el máximo castigo que la ley dispone quienes cometen delitos graves. Pero esta sugerencia que corre por debajo de toda la indignación sobredimensionada de quienes festejan la muerte del que opinaba distinto y quieren llevar al cadalso a quien comete cualquier falta revela el deseo de que la venganza sustituya los mecanismos de la justicia, que la furia o simpatía de las chusmas linchadoras ocupen el lugar de la valoración serena de los hechos con garantías para todos los implicados.

Decía el independentista mexicano José María Morelos y Pavón, al sugerir las bases del futuro país, que debían partir de que "la buena ley es superior a todo hombre". Y es cierto. Donde alguien mataría a quien dañara a su familias o a gente que le es cercana, y lo justificaríamos, debemos defender también que la ley no condene a muerte a nadie, por consideraciones diversas y convincentes que van mucho más allá de nuestro legítimo dolor personal. Donde cualquiera de nosotros querría que un asesino permaneciera en la cárcel para siempre, de preferencia en condiciones de máximo sufrimiento permanente, también debe defender que las prisiones sean lugares donde se reinserte y rehabilite a quienes puedan rehabilitarse, en lugar de ser, como lo fueron casi siempre, escuelas de delincuencia donde el pequeño ladrón sale convertido en potencial asesino.

José María Morelos y Pavón.

Parte de esa idea es que el castigo sea adecuado a la falta. Y que se respete la humanidad incluso del más deshumanizado de los delincuentes, para confirmar la superioridad moral real de la sociedad por encima de sus peores integrantes. Esto, que no está presente en los juicios instantáneos de las redes convertidas en turbas sin ley, parece una de las serias carencias educativas que sufrimos, donde hace falta una sólida educación para la ciudadanía. Confundir el deseo de matar con la posibilidad real de hacerlo (así sea en nombre de una sociedad mejor) o, al menos, chocar las copas de cava porque ha muerto un adversario político, suena finalmente a advertencia para que quienes rodean a los nuevos inquisidores piensen lo que deben, callen si disienten y sepan que algunos están dispuestos a convertir la justicia en su propio reino del terror, si se tercia.