26.10.17

A veces pienso en los comedores de patatas

Los comedores de patatas (De Aardappeleters) de Vincent Van Gogh (1853-1890).
Óleo sobre lienzo, 82 cm x 114 cm, pintado en Neuen en 1885.
Imagen del Museo Van Gogh de Amsterdam.
A veces pienso en los comedores de patatas.

No sólo en el cuadro. Pienso más bien con frecuencia en ellos, en los comedores de patatas sin mayúscula ni comillas, en los cinco, en las tres generaciones de campesinos holandeses de fines del siglo XIX que comen sus patatas y toman su café a la luz de una pobre lámpara.

Pienso en el olor de su ropa después de un día de trabajo en el campo, después de semanas de trabajo en el campo... ¿cuántos pantalones, camisas, vestidos tendrían? El de diario, el de domingo para ir a la iglesia... ¿algo más?

Pienso en el sabor de su café amargo y en cómo la joven mira al hombre, buscando sus ojos mientras clava el tenedor en su patata en el plato. Pienso en el trabajo diario que explica las manos huesudas, cansadas, muy probablemente sucias que nos muestran todos. En la dignidad que afirma su mantel. En su calidad de sagrada familia más sagrada que las fantásticas que puedes encontrar en las iglesias, relamidas y envueltas en incienso picante.


A veces, claro, pienso en el cuadro. Y en el pintor, que me es entrañable. En las enérgicas pinceladas de Van Gogh, en las cartas donde cuenta que pasó un invierno estudiando manos y rostros para llegar al fin a estos cuatro, el destilado de tantos campesinos holandeses a los que visitó buscando historias a las que dar voz, a esas siete manos angulosas y sinceras. Y pienso cuando cuenta que quería mostrar a estas personas "que comen sus patatas a la luz de su pequeña lámpara, han laborado la tierra ellos mismos con estas manos que están metiendo en el plato, y eso habla de trabajo manual y — de que por tanto se han ganado honradamente su comida".

Eso es contexto. Pero pienso que es más. Ganarse honradamente la comida no es contexto, es ser como se debe ser para no bajar la mirada ante el plato con la vergüenza del ladrón. Es lo que haces con tu honradez.

Pienso en lo que hay detrás de los ojos de los cuatro actores a los que vemos. ¿Qué piensan sobre la niña que nos da la espalda, hija, sobrina o nieta de uno u otro de los congregados en la cena? ¿Se atreven a soñar, ya es 1885, que ella no tenga que ser miserablemente pobre, que el día de mañana no tenga que cenar sólo patatas y café amargo con una lámpara apenas suficiente? ¿Se atreven a especular, como campesinos, que las reformas que algunos intentan allá, en la ciudad, se pueden convertir en sus derechos, sus libertades, su voz, su voto, sus oportunidades, su dignidad, su educación, su salud, una batería de leyes que impidan que su vivienda sea un peligro, que su trabajo los mate, que su aire se envenene, que el odio mande en la calle, que sus hijas sean sólo siervas de sus maridos, que sus hijos estén condenados a repetir el bucle de su miseria? ¿Que sus herederos alimentarían al mundo y sus patatas se cultivarían vigiladas por máquinas voladoras que se controlan desde colosales cosechadoras, de modo que cultivar honradamente su comida ya no exigiera que sus huesos adoptaran las formas que pintó cuidadosa Vincent, esforzadas, exigidas, con las venas en pie de guerra?


¿Cómo pensaban el futuro, cómo lo querían? ¿Imaginaban que podían crearlo ellos con su labor o que simplemente ocurriría? ¿Hasta dónde se atrevían a imaginarse distintos en un tiempo diferente, a imaginar otro mundo, a querer una vida que fuera mejor pero, claro, sin ofender a dios, que gusta del ascetismo, ya fueran católicos --apenas legitimados en la Holanda ilustrada-- o protestantes, probablemente calvinistas? ¿El "sudor de tu frente" y el "parirás con dolor" del Génesis les resultaban un sino ineludible o el brillo de algún ojo del óleo del artista nacido en el sur podía albergar la audacia de liberarse de los castigos impuestos por un dios de un desierto lejano, un desierto que nunca verían ellos, que sus ancestros no vieron tampoco?


Ese hombre con el perfil tallado por el clima cuya mirada se pierde en la lejanía con pocos trazos, ¿qué diría al ver el futuro, este futuro imperfecto, cuestionable, difícil, peligroso, que se ha forjado en los 132 años pasados desde que Van Gogh lo retrató... ese futuro sin embargo tanto mejor que el presente que fluía alrededor de su mesa, entre los suyos? Y la niña apenas presente, el futuro en la sombra que domina el primer plano del cuadro con su amplia falda, ¿era atrevida pensándose mañana, cuando, no sé, hubiera guerras más feroces que las del pasado, pero que podrían llevar a décadas sin guerras en la históricamente convulsa Europa ya cansada de muerte? Si tuviera 10 años al ser pintada, a los 70 habría visto el fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Podía ser algo más que lo que veía a su alrededor, el retrato que ante ella se trazaba de su futuro como mujer joven y mayor, comiendo patatas eternamente en la penumbra?


Y el viejo con su café, ¿se habría sentido cercano a aquél otro viejo ateo y humanista que me recibió en su casa en Amsterdam porque venía yo del otro lado del océano a hablar con otros humanistas y me presumía sonriente el carné que lo identificaba como veterano de la resistencia holandesa, experto en explosivos, que dedicó cinco años de su juventud a jugarse la vida para librar de los nazis a familias como ésa que Van Gogh pintó con "algo como el color de una patata realmente polvorienta, sin pelar, por supuesto", como le dijo a su hermano en carta?

A veces pienso en "Los comedores de patatas" y pienso en mi abuelo, heredero de una pobreza histórica y por ella lanzado en esos tiempos, 1885 o poco después, a buscarse la vida en un continente misterioso y desconocido. La mujer que sirve el café podría haber sido mi bisabuela, esa mujer que sólo he atisbado en dos fotos, en una de ellas vestida con el típico traje asturiano de la mujer de campo. No sé si plantaba patatas en las laderas de Llanes, pero sé de su vida de poca biblioteca, poca escuela, poco medicamento y mucho trabajo, mucha iglesia y mucho obedecer.


Pienso en ellos y pienso que sólo podemos ir al futuro si tenemos muy claro todo lo que nos separa de los comedores de patatas, pero alertas a que todo ello no logra, ni siquiera un poco, impedir que nosotros seamos ellos y que ellos sean nosotros... que quien lee esto y quien lo escribe podríamos sin más estar sentados en esa mesa, con esos olores, con esa ropa y ese destello en los ojos dentro de nuestra asfixiante vivienda... y que cualquiera de ellos, que nos miran sin mirarnos, podría estar hoy esperando el tranvía en la calle Paulus Potter, ante el Museo de Van Gogh que guarda el cuadro, leyendo acaso un blog como éste en su teléfono y pensando en el futuro de su familia. Esa mujer del café podría ser médico en el hospital Antoni van Leeuwenhoek y aficionada a las series de ciencia ficción. Esa niña podría ser cualquier niña en la escuela.

A veces pienso que nunca debemos olvidar que somos los comedores de patatas.



10.10.17

Te independizas de mí


No me digas que te independizas del "estado español" o del PP o de las leyes que no te gustan.

Te independizas de mí.

Puedo no querer al PP, o puedo querer cambiar las leyes, muchas leyes, para que todos estemos mejor, vivamos más felices, puedo pensar en un futuro mejor construido por todos los que padecemos lo mismo y soñamos, o eso pensaría uno, lo mismo. Y para los que vienen.

Pero me estás diciendo que ese problema es mío, no tuyo.

Porque yo vivo aquí o allá y tú allí.

Me dices que te bastas haciendo tus propias leyes y que yo me las arregle con las mías, sin tus votos, sin tu apoyo, sin tus diputados, sin tu voz en las calles, sin tu militancia sindical, sin ti. Me dices que tú te forjarás una vida mejor con mejores leyes y mejor convivencia pero sin mí. Me dices, pues, que yo soy un obstáculo que no te permite vivir mejor.

Como el esquirol que pone la ambición personal por encima de las necesidades y aspiraciones de todos.

Me dices que has decidido que las calles que eran nuestras ahora serán solo tuyas, como el cacique que toma los terrenos comunales de fuera del pueblo y les pone un cercado y un letrero de "Prohibido el paso" para que mis ovejas no se coman la hierba, porque ahora allí sólo pastarán las suyas.

Donde caminaba libre me pones una frontera, un muro, un non plus ultra reservado sólo para miembros, para gente de bien, para los decentes... no para las masas de las que, me dices, no te sientes parte.

Tú, que te has sentado a mi mesa y has comido mi comida y bebido mi vino, me vienes a decir que me declaras extranjero en una parte de mi tierra, que me quitas derechos que son sólo para ti, que tu identidad (tu lengua, el azar geográfico de tu nacimiento, tu entorno más inmediato, tu delirio tribal) es más importante que nuestro proyecto e ideas compartidos.

Has mirado a tu alrededor y has decidido dividir el mundo entre los tuyos y los que no lo son. Y me notificas que no soy de los tuyos. Yo. No el gobierno, no tal o cual partido, no tal accidente político que cambiará como cambian siempre los gobernantes al paso del tiempo, en los meandros impredecibles de la historia. Yo no soy de los tuyos.

Y mis hijos no serán dignos de jugar como iguales con los tuyos.

Por siempre jamás.

Me dices que donde yo pensé que era nosotros soy en realidad ellos. Que hay algo en mí que no cumple las altas expectativas de tu fraternidad que sólo pueden alcanzarse siendo lo que tú dices que eres y que yo no soy.

Hazme al menos el favor de no disfrazarlo de altruismo, de dignidad, de valentía, de heroísmo como el de quien lucha contra una verdadera opresión, una verdadera injusticia.

Hazme el favor de no vendérmelo como un derecho tuyo y no mío, ni de contarme tu libertad cuando comprometes la mía.

Por decencia. Digo, si quedara alguna, que es lo primero que suelen expulsar del panorama los delirios tribales, antes incluso que a los extranjeros despreciables y, así sea ligeramente, sospechosos.

Y no me pidas mi apoyo, mi aplauso o mi anuencia cuando para tu acto de egoísmo pasas con tu caballo desbocado sobre una forma de vida que, imperfecta y todo, nos habíamos dado juntos para darle amanecer a una larga noche de cuarenta años.

Me dejas con esa forma de vida y sus reglas de convivencia rotas por el suelo para hacerte tu propio futuro sin mí, agazapado tras el foso de ese castillo construido también con mis manos, con mis sueños, con mis muertos.

Ese castillo de todos que hoy declaras tu propiedad privada.

8.10.17

Lo espontáneo cuidadosamente organizado

Entonces sospecho de los de blanco.

Vale, no sospecho de la gente de buena voluntad que se vistió de blanco y sacó su banderita blanca y repitió las consignas que a saber de dónde salieron. Ésos tienen las mejores intenciones y están convencidos de que están participando en una "iniciativa ciudadana" y en un "movimiento espontáneo".

Como el 15M.

Hacia el 15M

Hacia el 7O

El 15M que fue cuidadosamente orquestado por un grupo de activistas bien identificado (lo único que no quedó claro nunca es de dónde salió la pasta) y con objetivos concretos.

Y aún hoy muchos que hicieron camping en Sol, y hasta recibieron cuando la policía fue a dar, siguen creyendo que los logos, las consignas, la fecha, los carteles, los dominios de Internet y todo eso surgieron de la nada, de la indignación popular, de la esencia misma de una ciudadanía herida por una crisis económica de la que no era responsable (nunca lo es, desde la primera crisis económica que se conoce, "El pánico financiero" del año 33 de la Era Común, debida a una burbuja de préstamos sin garantías que le estalló en la cara a Tiberio, para que no crean que el mundo se inventó con Lehman Brothers).

Al paso de los años, los artífices de la "tecnopolítica" que creó el 15M, y Democraciarealya y Juventud sin Futuro y otros membretes (surgidos, oh sorpresa, de la FCPS de la Complutense y de Contrapoder, el grupo de Iglesias, Monedero y Errejón), y luego el Partido X y luego Podemos, han recorrido el mundo orgullosos de su hazaña (ejemplificada estruendosamente en ya casi seis años de rajoyato, que se convertirán fácilmente en 14).

Todos se han colocado, claro que se han colocado. Venían a servir al pueblo y, considerando que ellos no sólo son El Pueblo, sino lo mejor del mismo, lo primero que hicieron fue salvarse ellos: Juventud sin Futuro se disolvió en marzo de este año porque sus jefes, como Rita Maestre, Eduardo Fernández Rubiño, Segundo González, Miguel Ardanuy, Pablo Padilla o Ramón Espinar, ya tenían futuro, sueldo y tranquilidad... y los jóvenes con el futuro averiado a los que se llevaron al baile seguían como estaban --o peor-- que en abril de 2011, cuando se decía, por supuesto, que no tenían líderes, eran un movimiento espontáneo. Y eran apolíticos. Y todo eso.

Al menos alguien se interesó por la muerte de Juventud Sin Futuro.
De la disolución de la Fundación CEPS un año antes aún no informa nadie.

El Partido X fue un fiasco tal que su muerte no fue ni anunciada ni le interesó a nadie. Podemos nació con una teoría que lo iba a llevar al poder en una blitzkrieg tan adornada con luces y sonido que nadie se iba a dar cuenta de que eran los mismos leninistas de siempre, pero el tiempo se le echó encima y su espacio de maniobra se ha ido acortando, así que el gambito nacionalista de parte de la derechona catalana acompañada por la CUP y otros amigos de Podemos se presenta como una excelente oportunidad de recuperar terreno.

Y de pronto, cuando muchos españoles están hartos de banderas de uno y otro bando nacionalista, sale de abajo de una piedra un movimiento... pero no un movimiento por el estado de derecho o contra los nacionalismos, o integrador o propositivo, sino un movimiento de consigna, con un aroma a oportunismo que tira de espaldas porque parece buscar apoderarse de todos los que quedan en medio de los fanáticos nacionalistas de un lado y otro. Y todo con una consigna, una palabra, sin demasiada necesidad de reflexión. Una consigna fácil, sencilla, contundente, breve y con punch publicitario: hablemos, parlemos, parlem, falemos, davayte pogovorim, við skulum tala, lass uns reden, let's talk...

Hablemos... ¿quiénes con quiénes?, ¿de qué?, ¿bajo qué principios? Nadie puede estar contra el diálogo, ¿verdad? Hablemos, venga, hablemos todos, agita la banderita de la no banderita. Pero el diálogo en abstracto, sin interlocutores, sin temática, sin reglas, sin objetivos, sin acuerdo de mínimos es un concepto vacío, que igual significa impunidad para un delincuente que un intercambio de monólogos o un silencio compartido. ¿Hablemos? ¿Qué significa? Nada y todo, a gusto del que mañana lo interprete desde algún templete con algún micrófono y el logotipo de su partido como fondo de pantalla; como estar "indignados" o "podemos", o "democracia real ya" que hasta hoy nadie nos ha explicado qué coños es, con qué se come y cómo la vamos a identificar si un día nos la cruzamos por la calle.

eldiario.es a lo suyo

¿Hablemos?

Hablemos.

Mi primera aportación al diálogo: sospecho de los que armaron el tema de los de blanco, y sospecho mucho que no vienewn a buscar soluciones, sino a arrimar al ascua su sardina... como siempre han hecho, desde muchos años antes de ser conocidos. Listos para reinar sobre las ruinas que puedan provocar en el proceso. Hágase la revolución y que los que salgan a la calle y reciban cuando haya reparto de ostias sean ellos, que nosotros no llevamos más que gloria y seguridad financiera.

Hablemos. ¿Alguien me habla de dónde salió la iniciativa y quiénes están detrás? Gracias.

(Willi Münzenberg estaría orgulloso.)

6.10.17

Las igualadoras redes sociales

Nunca fui de correos de fans, y de buscar el autógrafo y la foto con autores, músicos o actores. Alguna excepción se ha dado, con gente a la que le tengo aprecio especial, pero no me he desvivido por la gloria vicaria.

No sé si es Internet (yo creo que sí) o que en los últimos 10 años me he movido en un mundillo más bien pequeño --el del folk, bluegrass, roots, traditional en inglés, blues y afines a ambos lados del Atlántico--, pero hoy es más fácil entrar en contacto con los músicos que le están diciendo cosas a uno.

Tengo el hábito de compartir música en Twitter y en Facebook y de anotar no sólo el nombre del músico, sino su handle de Twitter, para hacerles un poco de promoción a modo de agradecimiento, convencido como estoy de que la música nos hace mejores personas. De un tiempo acá, he descubierto con gusto que los músicos responden.

Rebecca y Megan Lovell, mejor conocidas como Larkin Poe, con el jefe Elvis Costello.
Quizá es porque no son demasiado famosos, pero ése es un baremo difícil de aplicar. Digamos que un dueto como Larkin Poe que ha estado de tour con Elvis Costello (¡maestro!) no como backup, sino al frente, no es precisamente de cuarta fila. Ni lo es una de las principales figuras del folk inglés, Eliza Carthy, hija de dos de los redescubridores de la música tradicional británica, Martin Carthy y ese Everest de la voz que es Norma Waterson. Otros son más de "todavía no somos famosos" pero tengo la certeza de que lo serán, porque más allá de todas mis deficiencias, mi gusto musical es absolutamente exquisito y lo puedo demostrar. He visto nacer actos que sé que serán relevantes y canciones que sé que llegarán lejos, y los puedo identificar.


Te dan las gracias, demuestran que hablan español, intercambian comentarios, te acercan a la gente que hace la música. Esto era inimaginable en tiempos en que los personajes conocidos estaban detrás de un muro impenetrable y respondían a su público con cartas fotocopiadas firmadas por una secretaria mal pagada (pa remate). Total, que ahora que ya tengo tantos años de experiencia siendo joven, ando mandando fantweets y fanmail y fanfacebookposts a la gente a la que le agradezco tanto que me acompañe, que me cuente, que me exprese, en especial, claro, a quienes han sido mi voz como Oysterband.

La red ha roto más que distancias y tiempos, ha democratizado encabronadamente las relaciones entre niveles de la sociedad que antes vivían en compartimientos estancos. Que yo bromee con Eliza Carthy de lo divertido que me resulta que una Miembro de la Orden del Imperio Británico le dé "me gusta" a un tuit es una chorrada, pero es sintomático de lo que pasa con todo tipo de personajes en la red social, desde Trump --el ejemplo del lado oscuro-- hasta la presion sobre Zuckerberg, o los intercambios de políticos, escritores y pensadores con gente más bien silvestre y aldeana como servidor.

Todo lo que sea democratizar, nivelar, igualar, acercar, romper fronteras no sólo físicas sino de clase y de influencia, es por definición parte del progreso social. Es la tecnología como transmisor de emoción, de convicción, de ideas, de igualdades y de reafirmación de derechos, también. Sea para influir en la política, la industria, la sociedad, la educación, las libertades o simplemente para intercambiar guiños con alguien que canta... que no es poca cosa en los tiempos que corren.

Dejo una de Eliza. Voz, violín, entrega...

1.10.17

Sí, el estado de derecho

En el triste espectáculo del referéndum catalán, armado pese a las disposiciones que en contra de toda su concepción y desarrollo existen en la Constitución, el Estatut, el reglamento del parlament y la propia ley del referéndum, un argumento continuado de la retórica nacional-independentista ha sido que no hay problema en violentar las leyes, que si las leyes son injustas o desagradables, o no permiten hacer cosas que uno o muchos quieren hacer, ello basta para justificar infringirlas, ignorarlas, despreciarlas o decretar, sin autoridad para hacerlo, que no valen.

Aneurin "Nye" Bevan
En el ADN de cierta izquierda, todo ordenamiento legal es injusto, inaceptable y debe ser objeto de insurrección popular hasta que se establezca una utopía que nunca hemos visto pero que está siempre a la vuelta de la esquina. Es la izquierda de Pablo Iglesias que se emociona cuando un chaval embozado patea a un policía caído en una batalla campal, la que justifica los tiros cuando el gatillo lo oprimen los suyos y sin importar si las víctimas son los más desprotegidos, la que vivió romances siempre de fin amargo con las más diversas revoluciones y que exalta antes a quien disparaba en su nombre (incluso ETA, como ejemplo) que a quien conseguía que se aprobara una ley de sanidad universal, pública y de calidad. Y pienso al menos en dos: Aneurin "Nye" Bevan, el amigo de Orwell para quien "un servicio de salud gratuito es socialismo puro" y que logró aprobar la ley del NHS británico en 1948, y Ernest Lluch, ese Bevan español que logró lo mismo en España en 1986 y como premio fue asesinado por terroristas "de izquierda".

Ernest Lluch
Pero el marco del derecho siempre es un camino de dos vías. Lo saben bien quienes, pongo un ejemplo, toman las armas contra un estado pero, al caer presos, exigen las garantías, derechos y protecciones que les otorga esa misma ley. Y la situación es contradictoria porque es justo y aceptable que reciban esas garantías y derechos, precisamente porque la ley es para todos, hasta para el que la infringe. Porque la ley tiene por objeto conseguir que la sociedad sea mejor y más justa de lo que lo pueden ser sus integrantes. Todo ello le da a esa ley y a esas garantías, precisamente, el valor moral que las sustenta como el marco de referencia común. Y permite a la vez que el que no infringe la ley tenga la esperanza de un trato justo, previsible y legal, y no sea objeto de una aproximación caprichosa al gusto del juez.

En el necesario discurso propagandístico catalán (y no voy a entrar ahora en los temas del nacionalismo del que lo esencial que pienso ya lo he dicho e incluso he recordado cuando yo era nacionalista), las comparaciones extralógicas se han desbordado. Los independentistas presentan a los catalanes igual que a los judíos en la Alemania del 36, igual que a los negros de la lucha por los derechos civiles de 1950-1970 en los Estados Unidos, igual que a los kurdos, víctimas eternas de Irak, Turquía, Irán y Siria. La exageración del presunto ultraje que el gobierno español comete contra los ciudadanos catalanes justifica romper la ley y romper con todos los españoles, sin importar si son tanto o más víctimas del PP.

Si convences a cualquiera de que es Rosa Parks, se sentirá heroico haciendo cualquier cosa. La labor del propagandista es precisamente imbuir ese sentido de la justificación histórica anticipada entre su clientela. Es la promesa de la estatua, de la medalla, del lugar en los libros de historia: el futuro es nuestro, nuestra sagrada misión, el deber con la patria, la construcción de un mañana dorado para nuestros hijos, la memoria colectiva, el bronce heroico donde las palomas pueden cagar sin molestias para homenajearte.

Arnold Lucy en el papel de Kantorek da un encendido discurso a sus alumnos
conminándolos a pelear en la Primera Guerra Mundial en la versión
fílmica de Sin novedad en el frente de 1930 dirigida por Lewis Milestone
Todo propagandista es, finalmente, Kantorek, el profesor de escuela que entusiasma a los chicos a enrolarse en el ejército en Sin novedad en el frente. Su retórica abarca toda la gama que va de la más inocua desobediencia civil a la insurrección armada sin piedad.

La pregunta es, y la escribo ahora que se siguen desarrollando los acontecimientos de este primero de octubre que tiene todo para ser una de las fechas tristes de la España triste por oficio, si tal es cierto.

En Twitter, donde cuento lo que pienso, he expresado mi convicción de que el nacionalismo es de derechas, insolidario, contrario al interés común, y que prefiero un estado de derecho consensuado a una imposición minoritaria, que primero debe reformarse la constitución para que se puedan hacer todos los referéndums que se quieran con reglas claras y justas, que se le está haciendo juego a la burguesía del 3% y que se están agitando pasiones peligrosas y enormemente tóxicas, con dejes fascistas, xenófobos, esencialistas, supremacistas y fratricidas, abriendo heridas de las que no cierran. Como resultado he enfrentado a más de uno de esa gran colectividad que quieren que todos piensen como ellos y para conseguirlo, emplean los astutos procedimientos de insultar, hacer juegos retóricos, repartir mala fe y hacer un pase de moda continuado de falacias e incapacidad de argumentar civilizadamente. La mayoría, anónimos y que no me seguían hasta que les avisaron que estaba yo diciendo cosas herejes sobre el independentismo, y alguno de ellos con sede física o mental en San Petersburgo (donde puede vivir nuestra conciencia aunque nuestro cuerpo parasite durante años, digamos, una embajada de un país suramericano).

El más impresionante fue uno que airadamente me increpó diciendo que la izquierda no estaba para hacer de guardián de la ley.


"Hacer de guardián de la ley" es muy genérico, por supuesto. Porque sin duda alguna hay leyes cuya defensa es esencial para la izquierda porque son su legado para el futuro, son sus logros para todos. Leyes como la de sanidad (vuelvo a Bevan y Lluch), la de educación pública, universal y gratuita, la de igualdad, la de dependencia, la de salario mínimo, la de derechos laborales. No ser guardianes de esa ley, por supuesto, en la España de hoy, por ejemplo, es ser cómplice del PP cuyo objetivo fundamental es anular, derogar, esterilizar y desactivar ésas y otras leyes.

Y hay otras leyes a las que debemos oponernos, leyes que valoramos injustas, inaceptables, deficientes, mejorables, prescindibles, que deben sustituirse por algo mejor.

La pregunta es cómo oponernos y cambiarlas. Pero, mientras tanto, sí, por supuesto, sin duda, contundentemente, como izquierda, tenemos la obligación de ser guardianes de esas leyes tanto como de las otras, las que quieren erosionar otros por intereses o convicciones diversos.

Éste es el precio: guardar nuestras leyes implica, exige aceptar, así sea provisionalmente, las leyes que no nos gustan, que nos parecen incorrectas, que nos resultan repugnantes. Y dado que no podemos esperar a tener un ordenamiento jurídico perfecto y a nuestra entera satisfacción para por fin acordarle la cortesía de ajustarnos a él, en la vida real hacemos concesiones porque es mejor vivir con leyes mejorables que sin leyes o con leyes que decida otro sin nuestra participación democrática.

Eso es lo que constituye también un estado de derecho: yo respetaré todas las leyes mientras trato de cambiar las que no me gustan, con la certeza razonable de que los que me rodean también respetarán las leyes que no les gustan pero que, sin embargo, pueden ser las garantes de mis derechos, mis libertades, mi propia dignidad.

La infracción de ellas e incluso la insurrección en su contra, es justificable pero sólo cuando el cumplimiento de la ley tiene como efecto un daño medible, real y grave sobre los derechos, libertades y dignidades ciudadanos fundamentales. Que yo quiera correr a 280 kph y me sienta oprimido por el Código de Tráfico no es comparable a un esclavo que quiere ser libre y se siente oprimido por leyes que consagran la esclavitud como institución; ni con una población económicamente explotada, sin libertades, sin derechos democráticos y representativos y que no participe en el proceso legislativo mismo. Y el problema evidente aquí es que por ninguna medida que yo al menos pueda usar, tal situación es aplicable a la Cataluña de hoy, donde todo individuo goza de los mismos derechos que yo, de las mismas libertades, del mismo nivel de representatividad democrática a nivel local, regional, nacional y supranacional (con sus eurodiputados), del que nada me diferencia salvo que él o ella quieran que yo empiece a ser extranjero con derechos disminuidos en un territorio que hagan que deje de ser la casa común para ser privatizado con la lógica de un nativismo digno de Steve Bannon.

Ramón Rubial
El estado de derecho, en su escandalosa imperfección, tiene la ventaja de que permite enfrentar efectivamente al poder (religioso, económico y social) y hacer cambios permanentes para todos. Es lo que decía Ramón Rubial, el obrero del metal que llegó a ser senador y Lehendakari vasco: "el BOE* es mucho más eficaz que una ametralladora" y "Con las leyes pueden hacerse grandes revoluciones".

Cuando la revolución se hace a tiros, basta que la revolución se apague para que prácticamente todos sus avances den marcha atrás a gran velocidad. Busque ejemplos, desde la propia revolución francesa que se ahogó en sus contradicciones internas produciendo como tumor póstumo a Bonaparte, hasta la revolución soviética, que como estertor final proclamó la supremacía de un nuevo zar con los sueños imperiales de Catalina la Grande y la falta de escrúpulos de Iván el Terrible.

Pero la revolución en las leyes, la que se consolida con los aparentemente poco heroicos votos de un congreso de parlamentarios representativos de la ciudadanía, es más perdurable. Nadie se plantea hoy, en España, y no es por falta de ánimos, revocar los artículos que dan a las mujeres igualdad ciudadana con los hombres. Ya puede el chuleta de turno soltar por la boca el padrenuestro del machismo, el PP no tiene arrestos para intentar, aún con mayoría absoluta, echar atrás el reloj. Lo mismo vale para la sanidad (que se va privatizando mientras se finge muy enérgicamente que no hay tal, pero nunca con un cambio en las leyes, lo que deja abierta la posibilidad de que un gobierno de izquierda la recupere), para la educación pública, para el matrimonio igualitario (del que tantas parejas del PP se beneficiaron y que hicieron efectivo días después de fracasar en su intento por impedir que se aprobara la ley), para el divorcio. La revolución en las leyes tiene la enorme capacidad de normalizar una realidad social que implica pasos hacia adelante.

Por eso, por escandaloso que parezca a la izquierda revolucionaria (revolucionaria de boquilla, se entiende, publicista de la revolución pero que los tiros los den otros, salvo excepciones), sí es papel de la izquierda ser aquí y ahora, guardián de la ley. De la ley que ha creado en bien de todos y también de la ley que está por civilizar, por actualizar, por domar.

El que esta diferencia no se entienda, y que no se entienda entre gente que sin la sanidad y la educación y la igualdad no habría podido desarrollarse profesional y políticamente, siempre me ha parecido lamentable.

Defender la legalidad vigente ante el desafío independentista no es defender a Rajoy, ni al PP, porque ni las leyes ni la constitución son Rajoy ni el PP. Quienes defienden la legalidad desde el partido corrupto que lleva por emblema un ave carroñera (sabia elección) no defienden exactamente lo mismo que la izquierda ni por los mismos motivos, y confundirlos es un acto de indecencia política de primer orden.

Defender la legalidad tampoco es aprobar los excesos policiacos de ninguna índole, que seguramente harán felices a otros nacionalistas satisfechos de sentir su propia mezquina venganza en un golpe de porra o con el escudo. Porque quien aplaude esos excesos tampoco está defendiendo la ley, sino su propia edición limitada del egoísmo con banderita.

Si no defendemos el estado de derecho, no tenemos ninguna, absolutamente ninguna legitimidad moral mañana para tratar de modificarlo con sus propias reglas, de hacerlo mejor. Esas leyes, hechas con el concurso de todos y los votos de todos en cada momento,  son lo que nos separa de la barbarie y del capricho de quien cambia las leyes simplemente porque no le gustan y caiga quien caiga, muera la legalidad que muera...

Que mira, en su día así lo hizo también Franciso Franco Bahamonde, poco interesado en la opinión mayoritaria, sin votos ni permiso, sino por la gracia de dios, que es una forma celestial de ese otro monstruo cainita que es "la patria"...

Fuera de programa

Al menos en Inglaterra algún cantante con compromiso social se ha dado tiempo para celebrar la épica de la ley que salva vidas. Martyn Joseph escribió y cantó: "Nye: Canción para el NHS" (National Health Service, la sanidad pública británica). Una épica que debería resultarnos relevante. A ver cuándo alguien nos regala una canción para celebrar a Ernest Lluch y su compartida convicción de que la salud pública es justicia fundamental... Porque cada día que te atiende un médico o una enfermera es día de Ernest Lluch, día de las leyes, día de la revolución mediante el BOE, aunque no estés consciente de ello.



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*BOE es el Boletín Oficial del Estado, el diario de sesiones del congreso donde se publican las leyes y sus modificaciones, así como todo el trabajo legislativo.